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lunes, 22 de octubre de 2007

"Arreglos" con la justicia

Jamás en mi vida saqué un 10. Aquéllos con los que estudiaba y lo conseguían despertaban en mí una mezcla equimolecular de envidia y admiración. Mi frustración llegó a tales cotas que terminé por preguntarle a mi profesor de Química Analítica de la facultad qué había que hacer para llegar a la perfección académica. Gustavo, al que llamábamos "BBV" por su extraordinario parecido al cerdito que anunciaba por aquel entonces al banco vizcaíno, me miró condescendiente y me dijo: "tranquilo, Ángel, el futuro es de los mediocres".

Tenía dos opciones, tomármelo como un insulto o como un mensaje de ánimo. Y como siempre me ha gustado pensar que las botellas por la mitad están medio llenas, me quedé con la segunda. Pasados unos cuantos años he comprobado personalmente que no le faltaba razón a aquel profesor que fue el primero en demostrarme que la química puede ser divertida (y éso tiene mérito, creanme). A medida que he ido avanzando en mi carrera profesional he visto a muchos compañeros que son auténticos portentos de inteligencia natural, pero que cuando llega la hora de transmitir esos conocimientos y hacerlos asequibles a chavales de quince años muerden el polvo del fracaso.

Me temo que igualar la excelencia académica a la profesional es un tremendo error. Un expediente brillante no asegura un trabajo brillante. Así que no creo que sea buena idea dejarle impartir justicia o defender las libertades a los que, sin demostrar sus capacidades en una oposición, tienen como único mérito ser el primero de la clase.

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