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viernes, 9 de noviembre de 2007

No soporto a mi ex


Los ex presidentes de nuestro país disfrutan, por ley, de un estatus social y económico elevados. Una vez abandonado el cargo, tienen la potestad de formar parte del Consejo de Estado, disponen de coche oficial con chófer, servicio de escolta, despacho y dos puestos de trabajo, uno de nivel 30 y otro de nivel 18, que son cubiertos, a su propuesta, mediante el sistema de libre designación. Cuando se desplazan fuera del país gozan del apoyo de los servicios de la representación diplomática española y, cuando lo hacen por su interior, disfrutan de libre pase en las Compañías de transportes terrestres, marítimos y aéreos regulares del Estado. Además, tienen garantizada una asignación anual similar a la del presidente del Gobierno en activo y, a la hora de jubilarse, disfrutarán de la pensión máxima establecida por la Seguridad Social.

No está nada mal, ¿no les parece? Creo que, hasta cierto punto, el haber desempeñado el cargo lo merece. Lástima que, para disfrutar de todas esas prerrogativas, no deban cumplir una pequeña condición: mantener la boca cerrada en lo que concierne a ciertos asuntos que afectan directamente a la propia estabilidad de la nación.

A los dos últimos ex presidentes, González y Aznar, les quedó un cierto regusto amargo una vez que dejaron de ser los jefes del Gobierno. El primero de ellos porque, ni supo retirarse a tiempo, ni controló los desmanes que se producían a su alrededor, ni preparó su sucesión dentro del partido. Una vez en la oposición, Borrell y Almunia temblaban cada vez que Felipe abría la boca. Incluso Zapatero llegó a sufrirle en sus inicios como secretario general del PSOE. Era algo así como tener al enemigo en casa. Por su parte, Aznar sintió el escozor de la derrota de una forma más intensa, sobre todo porque tuvo la sensación de perder sin haberse presentado a la reelección. A ello se debe, sin duda, su obsesión delirante por justificar la derrota del 14-M a cuenta del atentado que se produjo tres días antes. Pero, no se engañen, el presidente de honor del PP, que de tonto no tiene un pelo, sabe perfectamente que lo "único" que se llevaron por delante aquellas siete bombas fue la vida de 192 personas y que lo que echó a los populares de Moncloa fue la pésima gestión de la crisis de aquellos días. Tal y como escribió Casimiro García Abadillo en su libro El 11 M, la venganza, Pedro Arriola, el entonces asesor electoral del PP, le dijo a Zaplana en la misma tarde del día 11: "Mira, yo creo que si se confirma la autoría de ETA, el PP va a barrer, pero si al final los atentados los han cometido los terroristas islámicos, entonces gana el PSOE".

Las últimas declaraciones de Aznar a cuenta de la sentencia del 11-M, además de darle la publicidad necesaria para hacer caja con su libro, no hacen otra cosa que reincidir en esa convulsiva y falsa obcecación de sentirse víctima de una conspiración de la que ya no quieren hablar ni sus compañeros de partido. Lo malo es que, el mismo al que nadie quiere seguirle la corriente en Génova 13, es quien continúa manejando los hilos del PP desde su atalaya ideológica de FAES.

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