sábado, 15 de marzo de 2008
Citizenship education
viernes, 8 de febrero de 2008
¡Cómo está el servicio!
El PP de Rajoy es, en realidad, el PP de Zaplana, Acebes, Cañete y Aguirre, todos ellos ubicados al buen cobijo de la sombra de Aznar, quien entregó los mandos del partido a Don Mariano, no como relevo, sino como sucesor de la dinastía FAES. Y en ese proyecto no encajan políticos como Gallardón, Piqué, Matas o Núñez Feijóo porque ninguno de ellos acata el dogma de pensamiento único que cada lunes se diseña en la reunión de Maitines.
A un mes de las elecciones, sabemos a qué atenernos si los populares alcanzan La Moncloa. El Consejo de Ministros tornará a convertirse en lo fue: el Consejo de Administración de España S.A. A manos de Pizarro, su Consejero Delegado, asistiremos a una considerable bajada de impuestos a cambio ―las matemáticas no engañan― de un buen tijeretazo al gasto público; eso sí, no sabemos en qué se va a gastar menos. Nos han contado que el dinero “donde mejor está es el bolsillo del contribuyente”, pero han omitido decir qué nuevos gastos tendremos que asumir los ciudadanos si el Estado no lo hace por nosotros.
Si gana el PP no habrá Educación para la Ciudadanía, pero tampoco trasvase del Ebro. La Iglesia volverá a ejercer su influencia preconstitucional, el matrimonio será “el de toda la vida” y la asignatura de Religión (Católica, por supuesto) volverá a ser computable a efectos de promoción en el sistema educativo. Volveremos a construir Centrales Nucleares pero no sabemos si el primo de Rajoy se convertirá en su asesor medioambiental. La Nación Española ya no correrá peligro alguno de desintegrarse porque los partidos nacionalistas que pacten con ellos se redimirán previamente de todos los pecados separatistas cometidos por la benevolencia y la candidez de ZP. El Gobierno jamás hablará con ETA, ningún terrorista sanguinario como De Juana saldrá de la cárcel y Alcaraz será convenientemente premiado con algún alto cargo en la Administración por los servicios prestados. La Alianza de Civilizaciones se irá a hacer puñetas. Y Gallardón, también.
Y lo más importante es que gracias al Sr. Arias Cañete ―junto a Arenas la viva estampa del arquetipo de señorito andalú― los camareros inmigrantes que pueblan los bares de la ‘Piel de Toro’ volverán a traernos el café y las tostadas rápidos, diligentes y acordes a las buenas costumbres españolas de toda la vida. ¡Como Dios manda!
jueves, 24 de enero de 2008
Me descubro
miércoles, 19 de diciembre de 2007
¿En qué estamos fallando?
Pero, ¿quién es el responsable de esta situación? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué podemos hacer para corregir los nefastos resultados que, año tras año, obtenemos en informes de este tipo? Responder a estas preguntas no resulta sencillo. Pero si algo debemos tener claro es que no existe un único culpable de este desastre. Más al contrario, lo que ha ocurrido es que ninguno de los actores protagonistas del sistema educativo español ha hecho correctamente sus deberes.
Alumnos, padres, profesores y políticos deben hacer examen de conciencia y determinar, de una vez por todas, el origen, las causas y las soluciones del problema. Los primeros han de asumir que educarse y formarse, más allá de un derecho, se ha tornado en una obligación en la sociedad del siglo XXI. De hecho, las nuevas normativas recogen ya el deber que tienen los estudiantes de aprovechar la oportunidad que les brindan las administraciones públicas. Los padres, por su parte, deben asumir que su papel es extraordinariamente importante en el sistema educativo, apoyando al profesorado en su labor y animando a sus hijos en el estudio.
En cuanto a nosotros, los profesores, deberíamos preguntarnos si estamos poniendo toda la carne en el asador, si no gastamos más energías en quejarnos de la actuación de alumnos, padres y administraciones que en intentar innovar y enganchar de alguna manera a una multitud de chicos desmotivados y desinteresados en aprender. Pasados tres lustros desde que la educación obligatoria se extendiese hasta los dieciséis años, hemos de asimilar que los viejos remedios no valen para las nuevas situaciones a las que nos enfrentamos cada día en las aulas.
Y al Gobierno y la oposición hay que pedirles que apuesten decididamente por la educación como el valor más importante de una sociedad moderna, sacándola de la trinchera política y concibiéndola como una cuestión de Estado, tal y como ocurre en la mayoría de países de nuestro entorno.
Es necesario, por tanto, un gran pacto nacional por la educación, consensuado entre todos los estamentos implicados. Si no conseguimos ponernos de acuerdo, si no remamos todos en la misma dirección y continuamos echándonos las culpas los unos a los otros, difícilmente podremos aprobar el próximo examen.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Ni con agua caliente
Prometo por mi conciencia y honor aferrarme fielmente a mi cargo de ministro y guardar y hacer guardar la integridad del gobierno como norma fundamental del Estado, así como mantener en secreto las deliberaciones del ejecutivo sobre si es conveniente o no mi cese.
¿No les parece que nuestros ministros deberían optar por esta fórmula de juramento o promesa de su cargo? Más que nada porque en este país es más difícil que dimita un miembro del gobierno que la selección pase de cuartos en un Mundial. Y si no se lo creen, ojo al dato: en los últimos 20 años sólo ha dimitido un ministro por razones de responsabilidad política. Fue Manuel Pimentel, quien el 19 de febrero de 2000 le presentó su dimisión por sorpresa a Aznar, oficialmente por el escándalo de las subvenciones otorgadas a la empresa de la esposa de Juan Aycart, el hasta entonces director general de Migración y uno de sus más estrechos colaboradores; si bien, muchos vieron en aquel cese una clara desavenencia con las políticas sociales de primer gobierno del PP.
Pero si lo que buscamos son dimisiones por razones de conciencia, sólo tenemos dos casos en ese mismo periodo de tiempo: la del entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, en 1990 y, más recientemente, en 2005, la de José Bono, entonces ministro de Defensa, que renunció a su cargo "por razones familiares", aunque con un claro trasfondo de discrepancias políticas con Zapatero en temas como el Estatut de Catalunya.
Una buena dosis de candidez nos podría llevar a pensar que nuestros gobernantes no dimiten porque son muy eficaces y en rara ocasión yerran gravemente en sus decisiones o declaraciones. Claro que, con solo recordar algunos casos, pronto nos convenceremos de lo contrario. Si no, qué me dicen de la famosa receta de caldo de Celia Villalobos en plena crisis de las vacas locas, o de la fantástica gestión que hizo Trillo contratando 'aviones basura' para transportar a nuestros soldados, o de los "hilillos" del Prestige en boca de Rajoy, o del papelón de Acebes en cuyas narices se gestó la trajedia del 11 M, o de la perspicacia de la ministra Trujillo cuando abogó por pisos de 30 metros cuadrados para solucionar la escasez de viviendas.
La última en unirse al club de las potenciales dimisionarias es Magdalena Álvarez, a quien sus compañeros de gobierno en Andalucía la llamaban "cariñosamente" ―y a la vista de los acontecimientos con toda la razón― "Mandatela" Álvarez. Pero si a la demostrada tozudez ministerial le añadimos la cercanía electoral, lo difícil se torna imposible. "Antes partía que doblá", dice la que otros, también "cariñosamente", llaman Maleni. O sea, antes de que yo me vaya me tendrán que echar. Con la que está cayendo en Barcelona, adonde, por cierto, no se atreve a ir, la de Fomento se viene arriba porque sabe que la decisión está tomada en Ferraz: ni una dimisión a cuatro meses vista de las generales.
Lo siento, pero eso de "me quedo para arreglarlo" vale para cualquier faceta de la vida menos para una, la política, que exige de tres cualidades básicas: la honestidad, la coherencia y la consecuencia. Los mismos que pedían la cabeza de Cascos por los socavones del AVE a Lleida, ahora meten la suya bajo tierra hasta que pase el chaparrón y el AVE, en plena precampaña, sea inaugurado a toda costa, mejor dicho, a costa de los catalanes en general y los barceloneses en particular. Haga bien las cuentas señor Zapatero, porque, como dice el refrán, tanto se pierde por carta de más como por carta de menos. Y si no, atentos al escrutinio de marzo en Cataluña. Mas ya se frota las manos.
viernes, 9 de noviembre de 2007
No soporto a mi ex
A los dos últimos ex presidentes, González y Aznar, les quedó un cierto regusto amargo una vez que dejaron de ser los jefes del Gobierno. El primero de ellos porque, ni supo retirarse a tiempo, ni controló los desmanes que se producían a su alrededor, ni preparó su sucesión dentro del partido. Una vez en la oposición, Borrell y Almunia temblaban cada vez que Felipe abría la boca. Incluso Zapatero llegó a sufrirle en sus inicios como secretario general del PSOE. Era algo así como tener al enemigo en casa. Por su parte, Aznar sintió el escozor de la derrota de una forma más intensa, sobre todo porque tuvo la sensación de perder sin haberse presentado a la reelección. A ello se debe, sin duda, su obsesión delirante por justificar la derrota del 14-M a cuenta del atentado que se produjo tres días antes. Pero, no se engañen, el presidente de honor del PP, que de tonto no tiene un pelo, sabe perfectamente que lo "único" que se llevaron por delante aquellas siete bombas fue la vida de 192 personas y que lo que echó a los populares de Moncloa fue la pésima gestión de la crisis de aquellos días. Tal y como escribió Casimiro García Abadillo en su libro El 11 M, la venganza, Pedro Arriola, el entonces asesor electoral del PP, le dijo a Zaplana en la misma tarde del día 11: "Mira, yo creo que si se confirma la autoría de ETA, el PP va a barrer, pero si al final los atentados los han cometido los terroristas islámicos, entonces gana el PSOE".
Las últimas declaraciones de Aznar a cuenta de la sentencia del 11-M, además de darle la publicidad necesaria para hacer caja con su libro, no hacen otra cosa que reincidir en esa convulsiva y falsa obcecación de sentirse víctima de una conspiración de la que ya no quieren hablar ni sus compañeros de partido. Lo malo es que, el mismo al que nadie quiere seguirle la corriente en Génova 13, es quien continúa manejando los hilos del PP desde su atalaya ideológica de FAES.